Archivo de la categoría: Disertaciones

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«Todo está bien», escrito por una I.A.


Criptos, caída libre,
mercados en desorden
todo está bien
seguimos comprando
y vendiendo en pánico
todo está bien
mientras tengamos
nuestras monedas
confiamos en el futuro
estamos en esto juntos
todos los que queremos
que este mercado funcione
unidos seremos fuertes
y podremos superar cualquier obstáculo
todo está bien

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Gracias, dolor

Ningún año como éste, el del ensayo sobre la miopía, he quitado TANTA MIERDA de mi vida.

Gracias, dolor, por llevarme de nuevo a las fuentes del amor por la Vida.

Quizá soy algo más místico, pero también menos ingénuo.

Gracias también a mis compañías de cauteverio: Ursula K. Le Guin y su «El Relato» que me pilló en la declaración de estado de alarma del 13 de Marzo. Ya que, con el confinamiento, llevaba una vida de clausura -aunque reconozco que alguna vez salté el muro para caminar a solas por los bosques-, decubrí que «Las moradas» de Teresa de Ávila vienen a ser lo mismo que «La gran razón» de Nietzsche. De ambos aprendí una renuncia estoica porque era lo que tocaba, y al no poder salir fuera, viajé dentro de mi cuerpo en el que he descubierto fuerzas fabulosas. Del «Factufullness» de Hans Roslin saqué que el negacionismo no es izquierdas ni de derechas, sino de bobos. El libro alardea desde el principio haberse inspirado en la cumbre de Davos, pero lo último que haría Roslin sería no hacer nada con una pandemía después de haber recomendado confinamientos a países enteros por las crisis de ébola en Afríca y otras epidemias menores. De aquí aprendí también a no tomar decisiones con pánico.

Viktor Frankln me dijo en «El hombre en busca de sentido» que tampoco es para quejarse un confinamiento de ermitaño. El fresquito que sentía leyendo por las noches de abril en el balcón no era nada. Pero sí me hizo recordar que, al volver a salir afuera, no podría esperar de todos las mejores intenciones. Así fue, he visto gente que en Mayo ya había perdido su humanidad.

Jane Austine acabó por decirme en «Sentido y sensibilidad» que aún no era el momento de prácticar con las novedades en los códigos sociales amorosos -completamente en convulsión- pero que tampoco los pierda de vista.

«El sentido del sinsentido» de Paul Watzlawick continúa en espera.

No llegué a terminar «La espada del destino» del Andrzej Sapkowski, pese a que con él gocé de un cómodo préstamo bibliotecario de ocho meses. Estuvo en una mesita, cerca de una lampará de sal, mostrado su título todo ese tiempo, pero no leí apenas dos capítulos. Las historias de empotradores en una clausura me resultaban tan ajenas en aquellos momentos como las sutilezas sociales de Austin. Al final, devolví el préstamo sin leerlo. Supongo que, para la próxima, descargaré el libro del algún sitio.

El libro «Software» de Rudy Rucker, que fue mi única compañía en las vacaciones particularmente aburridas que con doce años hice con mis padres en un camping de Benidorm, en su momento se quedó a medias. Sin embargo, esté año volví a empezarlo y lo terminé. Meditaba, durante el mes de Octubre, cuando me tomaba una cerveza en lata cada tarde noche en uno de los bancos del parque que hay en mi pueblo junto a la autovia de la N-II, la ruidosa metalúrgica y el río Llobregat, cerca de las luces naranjas de las farolas para los vehículos y la luz incorporada del lector de ebook frente a mi silueta oscura, en lo mucho que formateó mi cerebro el trozo que leí de aquel relato protocyberpunk. Una lata, por decirlo que quede bonito.

Otro intento fallido de leerme entera «La Iliada». Algún día, ea, así lo haré.

Ahora leo «El libro de los abrazos» de Eduardo Galeano, junto con el que despido el año. Lo pillé de la biblioteca solo por el título.

Pero sobretodo he dejado atrás: cosas, ideas, personas. Quién siempre sobró de mi vida, pero podía permitirme el lujo de mantener. Lo que siempre estuvo de más. He recordado personas, lugares, hechos que duraron pocos minutos y los he vivido, me instalé en tales momentos que nunca fueron efímeros. He visto luz donde solo había oscuridad.

«Lo que no te mata, te hace más fuerte», dijo Nietzsche o su afín Teresa de Ávila, «Es malo sufrir, pero es bueno haber sufrido». Lo que quiere decir «De una crisis, o sales más fuerte o sales debilitado; pero igual que entras, no sales (si es que sales)».

Yo ahora soy más fuerte. Cada obstaculo es mi combustible. Ahora, soy fuego. Como sociedad, me temo, estamos peor que antes. Aunque debido a mi aislamiento y a los bloqueos informativos no estoy seguro de ello. El futuro de la especie parece calamitoso.

He leído poco este año. Me he reído de lo que yo mismo he pensado, en fases de ambivalencia, que no fueron pocas. He practicado mucho chi-kung y tai-chi, aunque no tanto «deporte». Percibo a toda máquina la agenda oculta neopuritana que ya estaba en marcha, con el covid como aliado. La cosificación y fanatismo de unos y otros -en parte, gracias a mi entrada en la crisis con Ursula-, sin tener en cuenta aspectos, no sentimentales, sino simplemente de salud emocional.

Me cuido mejor. Estoy más relajado y buenorro que antes. Gozo de más propiocepción de mi cuerpo. No he tomado ningún tranquilizante porque no me han hecho falta. Pero llevo una vida solitaria y difícil, como la de un ninja. A veces, me gustaría pillar el Covid para partirle la cara.

Me hago más fuerte con cada sufrimiento. Ahora soy programador por mi cuenta -es decir, cobrando por ello- y lo voy a petar. Conservo mis planes de futuro, a pesar de -o precisamente por- la incertumbre y el caos. Mis padres mueren y cada vez me resulta más dificil mantener el enfoque. A veces, no sé como termino de hacer las cosas.

He perdido a un tío por el covid. Una amiga, una mexicana linda que debió de hacer un pacto con el diablo para no perder la belleza y quien me salvó la vida, se puso muy pachucha del covid, en uno de los peores momentos de la suya. Algunos dicen que la Luna está maś cerca que la UCI porque han visto la Luna pero la UCI no la han visto; pero la UCI está más cerca aunque no la hayan visto.

Mi proposito para este año: llenarme entero de amor. Vivir rodeado de amor con personas maravillosas. Ganármelo. Necesitarlo. Ni de lejos me refiero al inmaduro amor sentimental. Sino a una «complejidad amorosa» de relaciones con los demás, con el cosmos, el sexo, la naturaleza y el arte; con todo. También nos va la vida en ello.

Dos besos muy fuertes.

Los colgados

En el pueblo en el que vivo, hay mas infecciones del covid que en otros pueblos de por aquí porque hay un polígono industrial.

En la Zona Franca hay más infecciones que en Sarriá porque hay polígono industrial. En Barcelona, Madrid y Bilbao están (en el caso de Bilbao creo que ya está mejor controlado) los focos de infeccion en España porque ahí están los núcleos industriales.

En todo el planeta, el mapa de focos de infección es calcado del mapa de núcleos industriales.

Hasta el FMI, a los cuales yo no tengo por comunistas, recomienda el cierre total de la producción no esencial en varios países, entre ellos España, para que sea posible la recuperación ecónomica.

Pero nada. Negacionistas hay de muchos tipos como también hay muchas clases de cerdos. Sigamos sin echar el cierre a la mayor gloria del capital nacional. Señalemos a mujeres jóvenes, atractivas, sexys, que van a fiestas juveniles por donde ronda la muerte. Es decir, volvamos a la vieja intolerancia paternalista y caza de brujas de siempre para que la maquinaría de represión y asesinato siga funcionando mientras las brujas, o «los jóvenes», tendrán la culpa de todo.

No es que una akelarre orgiástica sea inócua para la transmisión de un virus corona, pero es un factor casi insignificante comparado con las masas de obreros en los núcleos industriales a los que la burguesía lleva a la matanza, con un bloqueo informativo propio de tiempos de guerra, de los que solo se tienen noticias cuando vuelven y lo explican.

Solo entre gente follando, ni la gripe ni la neumonía vírica se comerían nada. Hacen falta aglomeraciones de personas en sitios cerrados mas numerosas que orgías de diez personas. Pero le echáis la culpa de todo al sexo y la juventud a causa de la envidia que tenéis. Sería un chiste sino fuera por lo crueles y clasistas que resultáis, estúpidos de todas las banderas.

Creéis que la acusación basta para que el acusado sea culpable y que acusar demuestra vuestra inocencia. Yo creo que sois imbéciles y cobardes impúdicos. Yo deseo que tengáis, cuando todo esto termine, juicios con garantías. Todos, desde ministros y presidentes, hasta los peores de todos, los que están por el medio, los mediocres. Presunción de inocencia por delante y, si sois culpables de colaboracionismo, seais condenados y avergonzados por lo que ahora es vuestro orgullo y gloria.

Cuando acusáis en falso, sabéis dónde están los focos de infección. Lo sabéis y solo exponéis excusas. En los tribunales internacionales, vuestras excusas serán escuchadas, pero no conmoverán.

Cuando yo muera, para los gusanos será una fiesta fantástica: yo invito. Tenéis miedo hasta para imaginar a cristo en un altar a cuatro patas siendo follado por un burro, tanto miedo a veros como sois… sin máscara.

Café

– Yo te enseñaré a proteger tu salud–. Dijo, mientras volcaba en el quinto café de la mañana una cantidad industrial de glucosa sin fibra y hablaba como una ardilla con sobredosis de cafeína.

Antes había engullido la caja de donetes y ahora miraba con avidez las bolsas de doritos.

– La gente es irresponsable– sentenció. – No piensan en los demás– . Me pregunté por qué yo debería sacrificarme en el cuidado de la salud de quien ahoga sus penas en litros de helado o de vodka con trifásico.

– Morirás de cualquier cosa antes que del coronavirus– expuse. Sonrió. Encendió un cigarrillo. Era el paquete que compró anoche a las cuatro de la mañana, después de salir de la cama para hacerse con la única marca que quedaba en la gasolinera. No estuve en su casa, pero sé que solo en esas circunstancias compraría precisamente esa marca, la que mas odiaba y de la que juró al cielo y a sus amigos que jamás fumaría; pero lo hizo otra vez.

– Ayer murieron cinco personas–. Masticó algo.

– Pues qué día mas raro. Lo normal es que mueran miles de personas a diario–.

Moderó su indignación.

– ¿Eres negacionista?–.

– No–.

– Se nota que a ti no se te ha muerto ningún familiar o amigo–. Esa clase de arrogancia me toca siempre los cojones. Mucho. Me serené, su entrecejo fue por sí mismo al centro del foco de mi mirada, mi percepción entró en modo vista de águila y a través del efecto túnel de la tranquilidad extrema solo veía su efímera vida. Su espíritu, más ligero que el aire, volverá al lugar al que siempre perteneció. Si no besamos a los muertos, nos convertiremos en zombies. – Perdona–, concluyó. Todo estaba bien.

Quien consigue momentos de ausencia de déficit de atención resulta aterrador. En esta sociedad, no hay competencia para alguien así.

– Esto es propio de una invasión extraterrestre. Entonces, tendría sentido que nos disciplinen para confinamientos planetarios. Pero es exagerado para un virus corona. Quizá con el gasto publico sin precedentes que hasta la Merkel piensa hacer, van a robar lo que nadie ha llegado a robar y quieren que nos controlemos entre nosotros, para no controlarlos a ellos–.

– Yo llevo la mascarilla, por si acaso–.

– Vale. Te protegerá del mal olor–.

– Más vale aprender a vivir con poco –.

– Una cosa es la sobriedad y otra dejarte estafar. Oye, ¿Por casualidad practicas el ayuno intermitente? Está de moda en los gimnasios.

– Ayuno inter… ¿Qué?

– Da igual. Puede que pronto lo sepas. Cuídate. ¡Y cuidado que el gobierno no te fumigue!

….

¿Alguien continúa?

hombre con mascara mexicana y gesto con el dedo de silencio

Negacionistas de la Tristeza

Respirar con máscara o sin ella. ¿Quién dice la verdad? ¿Quién miente? ¿Parar el mundo para salvar a personas en el límite de su esperanza de vida? ¿Reanudar la actividad económica caiga quién caiga? ¿La pandemia sigue siendo digna de tal nombre? ¿Es una maldición eterna por nuestros pecados que hemos de pagar? ¿Existe la posibilidad que un médico pronuncie alguna vez «Oiga, mire, pues no lo sé»?

Creo que están dejando a la gente chalada a base de negación de la tristeza, oculta como un yaciemiento bajo estratos de vergüenza, culpa, miedo y rabia. Para hacernos creer que merecemos el castigo y no nos podamos defender. Esto va con el abuso y le llaman «estrés postraumatico», que suele acompañarse de «indefensión aprendida» o el «síndrome del perro apaleado», que después de unos cuantos palos ya no se defiende, aunque objetivamente pudiera hacerlo y tener las de ganar.

El neopuritano hasta la coronilla gobierno de España le ha cogido gusto a la biopolítica y está aprovechando que el Ebro pasa por Tortosa para seguir reprimiendo los deseos. Y no es el único. Los estados nada temen más que los deseos libres. Les tienen miedo porque no pueden controlarlos, como peces que se escabuyen entre sus redes.

Con la represión y la frustración nos mantienen enrabiados en jaulas para que cuando nos abran la puerta en la próxima guerra ya estemos preparados y seamos la gente maja que siempre quieren que seamos.

Considero peligrosas las filosfías misántropas de la «Gaya Naturaleza»; tras el activismo «antivacuna» se oculta la intolerancia a los débiles, la «new age» es una religión a la carta sin mas profundidad que un catálogo comercial y en la creencia de que «el ser humano es un virus» se camufla el ecofascismo.

Pero me gustaría que se pongan de moda los debates públicos en buen tono entre médicos con puntos de vista opuestos.

Solo me apetecía escribir esto porque veo correr la sociedad como un pollo sin cabeza. Me da miedo que al haber estirado tanto el cuello me haya enterado quien vive en el piso de arriba y darme cuenta de que los demás no quieren saberlo, ni siquiera que yo lo sepa, por si me da por decírselo.

El vecino de arriba se llama Verdad y ve a través de las máscaras. En la madrugada, me hizo una pregunta:

Dime, ¿A quien le conviene que tú vivas en la locura?

mujer guapa muestra condon

Neopuritanismo

«No cabe duda de que el sentimentalismo atrapa al público y lo ciega respecto de su propia sensualidad y brutalidad. Así, en tiempos de Luis XVI podíamos ver en Francia todas aquellas hermosas pastoras e idilios de uno u otro tipo, y a ello le siguió la Revolución. O también podemos ver el crudo invierno de la guerra sobrevenir después de la pureza y de la exagerada delicadeza de sentimientos propia de la era victoriana, cuando una dama y un caballero no decían ni pensaban nada malo o moralmente censurable. A todo lo largo de la historia se pueden ver aparecer períodos de pronunciada brutalidad pronosticados directamente por el sentimentalismo y la sensiblería»

Carl G. Jung
pareja de la mano al final del tunel

Indefensión aprendida

Un etarra, un violador o violadora… son meros aficionados al crimen comparados con aquella mujer que saca a pasear el perro ocho veces al día o aquel hombre que sale solo a moverse por la calle, creyéndose una persona.

Guiados por un instinto que les hace desear abrazar a alguien, dar un beso indiscriminado a cualquiera, un ser abyecto que quiere llorar en un hombro… el que camina para respirar mejor, y sin ver absolutamiente a nadie, siente un anhelo de vida pública, ¿Para qué?, y la mirada puesta en el futuro, el futuro porque sí, siempre la mente puesta en el futuro de la especie.

Decir que quieres todo eso y, a causa de tus inclincaciones humanas amorosas, ser un criminal, un lobo solitario, una manada que ataca el rebaño; recibir condescendencia y sospecha, olfatear el odio a distancia, la mentira como moneda de cambio: así es la vida ahora.

Hemos llegado a distorsionar tanto la percepción de la realidad que creemos quien sale a la calle es un asesino de masas, que está matando a mucha gente, en calles desiertas en las que no podría matar a nadie ni queriendo con una catana. No digamos ya si su ruina moral concurre entre árboles, sin nada más a su alrededor que árboles y arbustos. Hemos caído en esa degradación jurídica, en un totalitarismo guarro que ni siquiera tiene buen gusto.

Jamás imaginé que algún día llegaría decir que confío más en los jueces que en la sociedad. Hoy la sociedad es un monstruo reaccionario o se comporta como si lo fuera por paranoia.

protagonistas existenz

Los videojuegos matan a la gente

Una tesis brutal sobre la identidad en un minuto. El anuncio de la Playstation titulado «Doble vida».

El tema de la doble identidad, en un mundo virtual y en el mundo «real», comenzó con los juegos de rol de tablero en los años sesenta del siglo pasado (la década en la que se inventó Internet). Aquellos juegos celebraban entornos virtuales analógicos y novelados immersivos, continuó con los videojuegos «matamarcianos» de los ochenta y eclosionó espectacularmente en la Internet en los noventa y videojuegos que dejaban de ser matamarcianos para contar historias en entornos digitales.

En el relato Snow crash, Neal Stephenson desarrolla, entre otros, el tema de la doble identidad: un programador experto, que trabaja de repartidor de pizzas para la Cosa Nostra, cuando no está trabajando para su empresa, es un héroe legendario en el metaverso, un entorno de realidad virtual en línea al que todo el mundo puede conectarse. Stephenson despliega en el relato una narrativa verosímil sobre un virus informático neurolinguístico de reciente creación y que solo se activa en programadores, provocándoles la muerte instantánea delante del monitor. En la antigüedad, dice unos de los personajes, fue creada la tabla de valores de «el Bien» y «el Mal», génesis de la mentalidad nacionalista, y esta es la dicotonomía básica con la cual los idiomas son divergentes en vez de convergentes. La tabla de valores fue una estrategia de la casta sacerdotal sumeria para modificar las estructuras cerebrales profundas mediante el lenguaje, usándose la poesía sumeria, por una parte, y por la otra, con la ayuda del herpes y el dispositivo de las «prostitutas sagradas», el «hack» cerebral fue propagado como virus. Ergo, la mentalidad dualista son los estragos de un arma biológico-cultural inventada por lo poderosos sumerios.

Desde entonces, la mentalidad dicotómica se ha propagado entre toda la especie y el nuevo virus neurolingüístico en nuestro tiempo, creado por, entre otros, uno de los capos a nivel mundial de los medios de comunicación, amenaza con matar a todos los hackers y programadores del planeta. El objetivo del virus es eliminar a quines pueden oponerse al plan maestro. Una vez despejado el terreno: zombificar, de un modo literal, a toda la especie humana con otro virus más, transmitido por televisión.

El repartidor de pizzas, protagonista del relato, tras presenciar la muerte de un amigo en el metaverso -concretamente, lo que vio morir fue su avatar-, comienza entonces a investigar el virus, en una aventura que le lleva a remotos lugares dentro y fuera del metaverso.

La doble identidad ¿Cuál de las dos era más auténtica? ¿El repartidor de pizzas alienado o el samurai programador que puede morir asesinado y que, con un avatar en un entorno virtual, se enfrenta a una amenaza real para la especie? A medida que el relato se desarrolla, ya no se distinguen ambas identidades, pues lo que el protagonista hace en el metaverso, tiene consecuencias en el mundo analógico, y viceversa.

No suelo exponerme a la televisión, no por temor a que se active un virus mortal en mi mente -creo que aún no se han inventado esa tecnología-, sino porque cada vez que lo hago me regurgita el estómago por perversa. Pero hoy me he expuesto. He visto una noticia que decía que los videojuegos son causa de asesinato, demencias, adicciones a sustancias y no sé cuantas desviaciones más. Sólo puede creerse algo así alguien realmente desinformado sobre el tema o que quiere creérselo por interés (quien gana dinero con las adicciones, cuantas más adicciones haya diagnosticadas, mejor para él). Quizá «criminal» es lo que algunos «adultos» entienden por «juego», quizá les privaron de una infancia o se quedaron cortos de vista por madurar antes de tiempo, y temen los juegos que no sean exclusivamente adultos. La noticia que ví no era sobre los asesinatos; era sobre los videojuegos. El tema básico con el que están jugando con esa campaña mediática es la doble identidad.

Hay dos cuestiones semióticas profundas:

  • Las identidades virtuales que, además, inciden en el mundo real de un modo u otro, están fuera de control. No puede institucionalizarse un mundo imaginario que, además, puede quedar obsoleto antes de ser legislado y ser reemplazado, o ampliado, por otro nuevo. No puede hacerse una gran predicción de cómo y cuando incidirán las redes con identidades virtuales en el mundo analógico. Por ejemplo, las rebeliones que desde el año dos mil se fraguan en Internet (campaña bloguera anti-Sarkozy, Primavera Árabe, el movimiento de los Indignados en España, etc) no fueron previstas y a menudo sus resultados, una vez iniciadas, tampoco lo fueron.
  • La población que no distingue fantasía de deseo es altamente manipulable y pedirá control y más control, para luchar contra el monstruo que cree que lleva dentro. Porque el prejuicio contra los videojuegos, al considerarlos algo de lo que prevenirse, como el sexo para las mentes puritanas, tiene su raíz, además de en la ignorancia, en la incapacidad para discernir fantasía de deseo: ésta, que es la primera regla de cordura. Saltársela también es la causa última sin la cual no serían posibles todas las guerras imperialistas, limpiezas étnicas y persecuciones. El aumento actual de gasto público en militarismo también apunta en este sentido: es preciso que la población demande perder su libertad por miedo a sus propias sombras.

Ahora ya se me hace tarde y voy a descansar, pero mañana toca Starcarft 2: Legacy of The Void, donde la obsesión por la supervivencia y arrasar al enemigo, que excluye otros pensamientos durante la partida, me ayudará a solucionar problemas en mi mente mientras juego. Un juego, nada más. Quizá el temor más profundo de los poderosos es que con juegos tan sofisticados de heurísticas aprenderemos nuevas maneras de aprender a resolver problemas distintas a las que nos enseñaron…. y estaremos fuera de control.

Abundancia de frutas

Epicuro sobre el bien

«Yo exhorto a placeres continuos y no a esas virtudes vanas y necias que comportan embrolladoras ilusiones de frutos futuros [..] Debemos apreciar lo bello, las virtudes y las cosas por el estilo si es que producen placer; y si no, mandarlas a paseo […] Pues no sé yo que idea puedo hacerme del bien, si suprimo los placeres del gusto, suprimo los de la sexualidad, y suprimo los movimientos placenteros que de las formas bellas recibe la vista»

Epicuro

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Natural y artificial: la dicotonomía imaginaria

Me está empezando a cabrear mucho el ambiente generalizado en el que  «la tecnología» cada vez más personas la perciban como «lo malo», añorando un «retorno a una naturaleza» beatífica que jamás existió, y lo que es peor, dejando que sean otros los que a las finales decidan como serán sus vidas y, de paso, las de todos los demás.

paisaje corotDurante la época en la que los nacionalismos estaban en auge, la del romanticismo, pusieron en valor la «naturaleza». Pero era una naturaleza con el opuesto de lo «artificial», concretamente lo artificioso de la «industria». Las pinturas de la época romántica están llenas de «naturaleza», pero con el dominio de sólo de una parte de la misma: el paisaje. Aquellos paisajes no eran sino los que representaban a la nación ante el mundo. También para los románticos la imaginación era concebida como fuerza por sobre la naturaleza, la cual no era producto del ser humano, sino la confirmación de que la naturaleza estaba gobernada por fuerzas «sobrenaturales», lo que apuntalaba muy emotivamente la creencia que es posible que haya cosas fuera: la tecnología, con sus artefactos, era una abominación extranatural.

Pero una visión tan profundamente parcializada de la naturaleza lo que está dejando fuera es… el resto de la naturaleza. No hay tal dicotonomía entre natural y artificial. La Naturaleza es el Universo. El Universo es todo lo que existe. Una nebulosa sideral no es más natural que una sierra hecha con quijada de antílope. Ni una cebra es más natural que un generador eléctrico. Ni la montaña se rige por otro «código fuente» natural que una ciudad artificial construida con coral. La Naturaleza es todo lo Real. Si hubiera algo fuera de la naturaleza, equivaldría a decir que está fuera del universo, y por lo tanto, de la realidad. Y al estar fuera de la realidad, no podemos estar hablando de ciudades, generadores eléctricos o cebras.

tren y lluviaProbablemente no sea la única manera. El modo de relación con la naturaleza más auténticamente humano sin duda es la transformación del entorno. Si los dioses existen, nos dieron el don de transformar la Tierra. No veo porque esta facultad ha de ser horrenda; más bien es bella. Los dioses también nos dieron libertad para embellecer la Tierra, o convertirla en un erial por falta de conocimiento, pero no nos la dieron para dejarla como estaba: el precio a pagar por tal conservadurismo era la extinción.

Es entonces con el trabajo, es decir, con la actividad de transformación del entorno, donde el ser humano se relaciona con la naturaleza (la realidad, el universo) más que con ninguna otra actividad. Pero aquí es donde empiezan nuestras alegrías, tragedias y mayores desacuerdos.

Quién tiene el poder para decidir sobre otro ser humano cómo tiene que hacer un trabajo, está decidiendo el modo en que éste se relaciona con la naturaleza. Por lo tanto, los proyectos en los que trabaja se tornan ajenos a él, sin sentido, y esto es lo que se llama alienación. Cuando un trabajo no es elegido por amor al arte, y aun en el caso en que sea así, pero el proyecto sea dirigido exteriormente respecto a los deseos de quien lo realiza, el trabajo es fuente de enajenación, en mayor o menor medida. No es extrañar que con los niveles de creciente alienación de las condiciones de trabajo de una buena parte de la humanidad, estén tomando fuerza de nuevo interpretaciones «sobrenaturales» de la naturaleza, como el nacionalismo o la percepción romántica de la naturaleza.

Al sentirnos ajenos al trabajo que realizamos, puede ser fácil sentirse «aparte» de la naturaleza, y con tal sentimiento es concebible que la naturaleza tenga opuesto, pues no es el trabajador, sino la propia «persona» quién se siente en el opuesto… y añora el «retorno a la naturaleza». Es un pensamiento que, lejos de ser entrañable, es profundamente reaccionario y esquiva por completo el problema. En bruto: el autoritarismo que aliena no es el problema, sino la actividad productiva en sí.

Pero hasta un trabajo alienante, siempre que no llegue a extremos de violencia pura y dura, es más deseable, pone más en contacto con la realidad, que el exilio del desempleo. Exilio que puede llegar a ser muy largo. Lo sé. Yo también tengo un trabajo alienante. Por las mañanas iría a muchos sitios antes que a trabajar. Pero también he conocido el exilio y prefiero un trabajo precario que el vacío.

Si el «retorno a la naturaleza» engendra grandes reaccionarios y es obvio que las condiciones de trabajo actuales tampoco satisfacen, por no hablar de estar en paro, el único camino es la reconquista del trabajo… en el que decidamos no sólo en qué, sino cómo trabajamos. Pero aún, eso sí, cuando ésto último no sea posible, es mejor un trabajo precario que el exilio de la vida productiva.

Trabajo que siempre se realiza con otros. El ser humano no trabaja en el vacío; salvo Robinson Crusoe, y algún otro individualista producido por la reforma protestante, no trabaja solo. La comunidad igualitaria productiva, en la que todos los miembros deciden sus proyectos (en base a la realidad económica) y cómo trabajarlos (según sus capacidades), parece ser el único camino de conseguir vidas con sentido, es decir, sabiendo por qué trabajamos más allá de los ingresos monetarios y sin tentativas de rebelión contra la realidad… empresa esta última que, solos o en grupo, necesariamente lleva a la locura, individual o colectiva. Es aquí, en la comunidad igualitaria como superadora de una crisis a varios niveles y que entiende la naturaleza sin delirios románticos, donde más incide el Manifiesto Comunero.

Léanlo, y tal vez entiendan de una vez que la máquina libera.