Gracias, dolor

Ningún año como éste, el del ensayo sobre la miopía, he quitado TANTA MIERDA de mi vida.

Gracias, dolor, por llevarme de nuevo a las fuentes del amor por la Vida.

Quizá soy algo más místico, pero también menos ingénuo.

Gracias también a mis compañías de cauteverio: Ursula K. Le Guin y su «El Relato» que me pilló en la declaración de estado de alarma del 13 de Marzo. Ya que, con el confinamiento, llevaba una vida de clausura -aunque reconozco que alguna vez salté el muro para caminar a solas por los bosques-, decubrí que «Las moradas» de Teresa de Ávila vienen a ser lo mismo que «La gran razón» de Nietzsche. De ambos aprendí una renuncia estoica porque era lo que tocaba, y al no poder salir fuera, viajé dentro de mi cuerpo en el que he descubierto fuerzas fabulosas. Del «Factufullness» de Hans Roslin saqué que el negacionismo no es izquierdas ni de derechas, sino de bobos. El libro alardea desde el principio haberse inspirado en la cumbre de Davos, pero lo último que haría Roslin sería no hacer nada con una pandemía después de haber recomendado confinamientos a países enteros por las crisis de ébola en Afríca y otras epidemias menores. De aquí aprendí también a no tomar decisiones con pánico.

Viktor Frankln me dijo en «El hombre en busca de sentido» que tampoco es para quejarse un confinamiento de ermitaño. El fresquito que sentía leyendo por las noches de abril en el balcón no era nada. Pero sí me hizo recordar que, al volver a salir afuera, no podría esperar de todos las mejores intenciones. Así fue, he visto gente que en Mayo ya había perdido su humanidad.

Jane Austine acabó por decirme en «Sentido y sensibilidad» que aún no era el momento de prácticar con las novedades en los códigos sociales amorosos -completamente en convulsión- pero que tampoco los pierda de vista.

«El sentido del sinsentido» de Paul Watzlawick continúa en espera.

No llegué a terminar «La espada del destino» del Andrzej Sapkowski, pese a que con él gocé de un cómodo préstamo bibliotecario de ocho meses. Estuvo en una mesita, cerca de una lampará de sal, mostrado su título todo ese tiempo, pero no leí apenas dos capítulos. Las historias de empotradores en una clausura me resultaban tan ajenas en aquellos momentos como las sutilezas sociales de Austin. Al final, devolví el préstamo sin leerlo. Supongo que, para la próxima, descargaré el libro del algún sitio.

El libro «Software» de Rudy Rucker, que fue mi única compañía en las vacaciones particularmente aburridas que con doce años hice con mis padres en un camping de Benidorm, en su momento se quedó a medias. Sin embargo, esté año volví a empezarlo y lo terminé. Meditaba, durante el mes de Octubre, cuando me tomaba una cerveza en lata cada tarde noche en uno de los bancos del parque que hay en mi pueblo junto a la autovia de la N-II, la ruidosa metalúrgica y el río Llobregat, cerca de las luces naranjas de las farolas para los vehículos y la luz incorporada del lector de ebook frente a mi silueta oscura, en lo mucho que formateó mi cerebro el trozo que leí de aquel relato protocyberpunk. Una lata, por decirlo que quede bonito.

Otro intento fallido de leerme entera «La Iliada». Algún día, ea, así lo haré.

Ahora leo «El libro de los abrazos» de Eduardo Galeano, junto con el que despido el año. Lo pillé de la biblioteca solo por el título.

Pero sobretodo he dejado atrás: cosas, ideas, personas. Quién siempre sobró de mi vida, pero podía permitirme el lujo de mantener. Lo que siempre estuvo de más. He recordado personas, lugares, hechos que duraron pocos minutos y los he vivido, me instalé en tales momentos que nunca fueron efímeros. He visto luz donde solo había oscuridad.

«Lo que no te mata, te hace más fuerte», dijo Nietzsche o su afín Teresa de Ávila, «Es malo sufrir, pero es bueno haber sufrido». Lo que quiere decir «De una crisis, o sales más fuerte o sales debilitado; pero igual que entras, no sales (si es que sales)».

Yo ahora soy más fuerte. Cada obstaculo es mi combustible. Ahora, soy fuego. Como sociedad, me temo, estamos peor que antes. Aunque debido a mi aislamiento y a los bloqueos informativos no estoy seguro de ello. El futuro de la especie parece calamitoso.

He leído poco este año. Me he reído de lo que yo mismo he pensado, en fases de ambivalencia, que no fueron pocas. He practicado mucho chi-kung y tai-chi, aunque no tanto «deporte». Percibo a toda máquina la agenda oculta neopuritana que ya estaba en marcha, con el covid como aliado. La cosificación y fanatismo de unos y otros -en parte, gracias a mi entrada en la crisis con Ursula-, sin tener en cuenta aspectos, no sentimentales, sino simplemente de salud emocional.

Me cuido mejor. Estoy más relajado y buenorro que antes. Gozo de más propiocepción de mi cuerpo. No he tomado ningún tranquilizante porque no me han hecho falta. Pero llevo una vida solitaria y difícil, como la de un ninja. A veces, me gustaría pillar el Covid para partirle la cara.

Me hago más fuerte con cada sufrimiento. Ahora soy programador por mi cuenta -es decir, cobrando por ello- y lo voy a petar. Conservo mis planes de futuro, a pesar de -o precisamente por- la incertumbre y el caos. Mis padres mueren y cada vez me resulta más dificil mantener el enfoque. A veces, no sé como termino de hacer las cosas.

He perdido a un tío por el covid. Una amiga, una mexicana linda que debió de hacer un pacto con el diablo para no perder la belleza y quien me salvó la vida, se puso muy pachucha del covid, en uno de los peores momentos de la suya. Algunos dicen que la Luna está maś cerca que la UCI porque han visto la Luna pero la UCI no la han visto; pero la UCI está más cerca aunque no la hayan visto.

Mi proposito para este año: llenarme entero de amor. Vivir rodeado de amor con personas maravillosas. Ganármelo. Necesitarlo. Ni de lejos me refiero al inmaduro amor sentimental. Sino a una «complejidad amorosa» de relaciones con los demás, con el cosmos, el sexo, la naturaleza y el arte; con todo. También nos va la vida en ello.

Dos besos muy fuertes.