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Los videojuegos matan a la gente

Una tesis brutal sobre la identidad en un minuto. El anuncio de la Playstation titulado «Doble vida».

El tema de la doble identidad, en un mundo virtual y en el mundo «real», comenzó con los juegos de rol de tablero en los años sesenta del siglo pasado (la década en la que se inventó Internet). Aquellos juegos celebraban entornos virtuales analógicos y novelados immersivos, continuó con los videojuegos «matamarcianos» de los ochenta y eclosionó espectacularmente en la Internet en los noventa y videojuegos que dejaban de ser matamarcianos para contar historias en entornos digitales.

En el relato Snow crash, Neal Stephenson desarrolla, entre otros, el tema de la doble identidad: un programador experto, que trabaja de repartidor de pizzas para la Cosa Nostra, cuando no está trabajando para su empresa, es un héroe legendario en el metaverso, un entorno de realidad virtual en línea al que todo el mundo puede conectarse. Stephenson despliega en el relato una narrativa verosímil sobre un virus informático neurolinguístico de reciente creación y que solo se activa en programadores, provocándoles la muerte instantánea delante del monitor. En la antigüedad, dice unos de los personajes, fue creada la tabla de valores de «el Bien» y «el Mal», génesis de la mentalidad nacionalista, y esta es la dicotonomía básica con la cual los idiomas son divergentes en vez de convergentes. La tabla de valores fue una estrategia de la casta sacerdotal sumeria para modificar las estructuras cerebrales profundas mediante el lenguaje, usándose la poesía sumeria, por una parte, y por la otra, con la ayuda del herpes y el dispositivo de las «prostitutas sagradas», el «hack» cerebral fue propagado como virus. Ergo, la mentalidad dualista son los estragos de un arma biológico-cultural inventada por lo poderosos sumerios.

Desde entonces, la mentalidad dicotómica se ha propagado entre toda la especie y el nuevo virus neurolingüístico en nuestro tiempo, creado por, entre otros, uno de los capos a nivel mundial de los medios de comunicación, amenaza con matar a todos los hackers y programadores del planeta. El objetivo del virus es eliminar a quines pueden oponerse al plan maestro. Una vez despejado el terreno: zombificar, de un modo literal, a toda la especie humana con otro virus más, transmitido por televisión.

El repartidor de pizzas, protagonista del relato, tras presenciar la muerte de un amigo en el metaverso -concretamente, lo que vio morir fue su avatar-, comienza entonces a investigar el virus, en una aventura que le lleva a remotos lugares dentro y fuera del metaverso.

La doble identidad ¿Cuál de las dos era más auténtica? ¿El repartidor de pizzas alienado o el samurai programador que puede morir asesinado y que, con un avatar en un entorno virtual, se enfrenta a una amenaza real para la especie? A medida que el relato se desarrolla, ya no se distinguen ambas identidades, pues lo que el protagonista hace en el metaverso, tiene consecuencias en el mundo analógico, y viceversa.

No suelo exponerme a la televisión, no por temor a que se active un virus mortal en mi mente -creo que aún no se han inventado esa tecnología-, sino porque cada vez que lo hago me regurgita el estómago por perversa. Pero hoy me he expuesto. He visto una noticia que decía que los videojuegos son causa de asesinato, demencias, adicciones a sustancias y no sé cuantas desviaciones más. Sólo puede creerse algo así alguien realmente desinformado sobre el tema o que quiere creérselo por interés (quien gana dinero con las adicciones, cuantas más adicciones haya diagnosticadas, mejor para él). Quizá «criminal» es lo que algunos «adultos» entienden por «juego», quizá les privaron de una infancia o se quedaron cortos de vista por madurar antes de tiempo, y temen los juegos que no sean exclusivamente adultos. La noticia que ví no era sobre los asesinatos; era sobre los videojuegos. El tema básico con el que están jugando con esa campaña mediática es la doble identidad.

Hay dos cuestiones semióticas profundas:

  • Las identidades virtuales que, además, inciden en el mundo real de un modo u otro, están fuera de control. No puede institucionalizarse un mundo imaginario que, además, puede quedar obsoleto antes de ser legislado y ser reemplazado, o ampliado, por otro nuevo. No puede hacerse una gran predicción de cómo y cuando incidirán las redes con identidades virtuales en el mundo analógico. Por ejemplo, las rebeliones que desde el año dos mil se fraguan en Internet (campaña bloguera anti-Sarkozy, Primavera Árabe, el movimiento de los Indignados en España, etc) no fueron previstas y a menudo sus resultados, una vez iniciadas, tampoco lo fueron.
  • La población que no distingue fantasía de deseo es altamente manipulable y pedirá control y más control, para luchar contra el monstruo que cree que lleva dentro. Porque el prejuicio contra los videojuegos, al considerarlos algo de lo que prevenirse, como el sexo para las mentes puritanas, tiene su raíz, además de en la ignorancia, en la incapacidad para discernir fantasía de deseo: ésta, que es la primera regla de cordura. Saltársela también es la causa última sin la cual no serían posibles todas las guerras imperialistas, limpiezas étnicas y persecuciones. El aumento actual de gasto público en militarismo también apunta en este sentido: es preciso que la población demande perder su libertad por miedo a sus propias sombras.

Ahora ya se me hace tarde y voy a descansar, pero mañana toca Starcarft 2: Legacy of The Void, donde la obsesión por la supervivencia y arrasar al enemigo, que excluye otros pensamientos durante la partida, me ayudará a solucionar problemas en mi mente mientras juego. Un juego, nada más. Quizá el temor más profundo de los poderosos es que con juegos tan sofisticados de heurísticas aprenderemos nuevas maneras de aprender a resolver problemas distintas a las que nos enseñaron…. y estaremos fuera de control.

Natural y artificial: la dicotonomía imaginaria

Me está empezando a cabrear mucho el ambiente generalizado en el que  «la tecnología» cada vez más personas la perciban como «lo malo», añorando un «retorno a una naturaleza» beatífica que jamás existió, y lo que es peor, dejando que sean otros los que a las finales decidan como serán sus vidas y, de paso, las de todos los demás.

paisaje corotDurante la época en la que los nacionalismos estaban en auge, la del romanticismo, pusieron en valor la «naturaleza». Pero era una naturaleza con el opuesto de lo «artificial», concretamente lo artificioso de la «industria». Las pinturas de la época romántica están llenas de «naturaleza», pero con el dominio de sólo de una parte de la misma: el paisaje. Aquellos paisajes no eran sino los que representaban a la nación ante el mundo. También para los románticos la imaginación era concebida como fuerza por sobre la naturaleza, la cual no era producto del ser humano, sino la confirmación de que la naturaleza estaba gobernada por fuerzas «sobrenaturales», lo que apuntalaba muy emotivamente la creencia que es posible que haya cosas fuera: la tecnología, con sus artefactos, era una abominación extranatural.

Pero una visión tan profundamente parcializada de la naturaleza lo que está dejando fuera es… el resto de la naturaleza. No hay tal dicotonomía entre natural y artificial. La Naturaleza es el Universo. El Universo es todo lo que existe. Una nebulosa sideral no es más natural que una sierra hecha con quijada de antílope. Ni una cebra es más natural que un generador eléctrico. Ni la montaña se rige por otro «código fuente» natural que una ciudad artificial construida con coral. La Naturaleza es todo lo Real. Si hubiera algo fuera de la naturaleza, equivaldría a decir que está fuera del universo, y por lo tanto, de la realidad. Y al estar fuera de la realidad, no podemos estar hablando de ciudades, generadores eléctricos o cebras.

tren y lluviaProbablemente no sea la única manera. El modo de relación con la naturaleza más auténticamente humano sin duda es la transformación del entorno. Si los dioses existen, nos dieron el don de transformar la Tierra. No veo porque esta facultad ha de ser horrenda; más bien es bella. Los dioses también nos dieron libertad para embellecer la Tierra, o convertirla en un erial por falta de conocimiento, pero no nos la dieron para dejarla como estaba: el precio a pagar por tal conservadurismo era la extinción.

Es entonces con el trabajo, es decir, con la actividad de transformación del entorno, donde el ser humano se relaciona con la naturaleza (la realidad, el universo) más que con ninguna otra actividad. Pero aquí es donde empiezan nuestras alegrías, tragedias y mayores desacuerdos.

Quién tiene el poder para decidir sobre otro ser humano cómo tiene que hacer un trabajo, está decidiendo el modo en que éste se relaciona con la naturaleza. Por lo tanto, los proyectos en los que trabaja se tornan ajenos a él, sin sentido, y esto es lo que se llama alienación. Cuando un trabajo no es elegido por amor al arte, y aun en el caso en que sea así, pero el proyecto sea dirigido exteriormente respecto a los deseos de quien lo realiza, el trabajo es fuente de enajenación, en mayor o menor medida. No es extrañar que con los niveles de creciente alienación de las condiciones de trabajo de una buena parte de la humanidad, estén tomando fuerza de nuevo interpretaciones «sobrenaturales» de la naturaleza, como el nacionalismo o la percepción romántica de la naturaleza.

Al sentirnos ajenos al trabajo que realizamos, puede ser fácil sentirse «aparte» de la naturaleza, y con tal sentimiento es concebible que la naturaleza tenga opuesto, pues no es el trabajador, sino la propia «persona» quién se siente en el opuesto… y añora el «retorno a la naturaleza». Es un pensamiento que, lejos de ser entrañable, es profundamente reaccionario y esquiva por completo el problema. En bruto: el autoritarismo que aliena no es el problema, sino la actividad productiva en sí.

Pero hasta un trabajo alienante, siempre que no llegue a extremos de violencia pura y dura, es más deseable, pone más en contacto con la realidad, que el exilio del desempleo. Exilio que puede llegar a ser muy largo. Lo sé. Yo también tengo un trabajo alienante. Por las mañanas iría a muchos sitios antes que a trabajar. Pero también he conocido el exilio y prefiero un trabajo precario que el vacío.

Si el «retorno a la naturaleza» engendra grandes reaccionarios y es obvio que las condiciones de trabajo actuales tampoco satisfacen, por no hablar de estar en paro, el único camino es la reconquista del trabajo… en el que decidamos no sólo en qué, sino cómo trabajamos. Pero aún, eso sí, cuando ésto último no sea posible, es mejor un trabajo precario que el exilio de la vida productiva.

Trabajo que siempre se realiza con otros. El ser humano no trabaja en el vacío; salvo Robinson Crusoe, y algún otro individualista producido por la reforma protestante, no trabaja solo. La comunidad igualitaria productiva, en la que todos los miembros deciden sus proyectos (en base a la realidad económica) y cómo trabajarlos (según sus capacidades), parece ser el único camino de conseguir vidas con sentido, es decir, sabiendo por qué trabajamos más allá de los ingresos monetarios y sin tentativas de rebelión contra la realidad… empresa esta última que, solos o en grupo, necesariamente lleva a la locura, individual o colectiva. Es aquí, en la comunidad igualitaria como superadora de una crisis a varios niveles y que entiende la naturaleza sin delirios románticos, donde más incide el Manifiesto Comunero.

Léanlo, y tal vez entiendan de una vez que la máquina libera.