
El templo y las fuentes
El sumo sacerdote de la ciudad salió al balcón, miró al desierto más allá de las murallas y observó la multitud. Respirando con orgullo, extendió sus brazos y las palmas de sus manos hicieron como si estuvieran en las cabezas de todos sus subditos a la vez, tan pequeños como se veían desde aquella altura desde la que gobernaba.