El templo y las fuentes
El sumo sacerdote de la ciudad salió al balcón, miró al desierto más allá de las murallas y observó la multitud. Respirando con orgullo, extendió sus brazos y las palmas de sus manos hicieron como si estuvieran en las cabezas de todos sus subditos a la vez, tan pequeños como se veían desde aquella altura desde la que gobernaba.
-¡Hijos del dios padre! -bramó–. Este año los dioses no han sido complacidos. Muchos están furiosos, como yo lo estoy, con vosotros. Así pues, durante la época en la que debería haber cosecha, no habra nada que recoger, sino que habrá sequía hasta entonces. Ese es el castigo que la diosa de la lluvia nos inflige a todos por vuestra insolencia-. Concluyó, mirando el mar de collejas.
El pueblo, gacho, en perfecta sumisión, no emitió ningún sonido.
El orador, que no fue, por cierto, el mejor de la antigüedad, dio la vuelta, entro en la oscuridad del templo y el séquito siguió sus pasos. El pueblo contenía las lagrimas y la rabía -Hambre otra vez. No sabemos qué hacemos mal-. Esperaban ser buenos.
En el interior del edificio, los sacerdotes caminaban silenciosos como arañas. En la sala de los instrumentos del cielo y la tierra, estaban los útiles necesarios para hacer predicciones del clima. La casta sacerdotal podía saber qué tiempo, en líneas generales, haría durante los próximos meses. Este era el secreto mejor guardado del imperio. Sin él, habría una rebelión, su poder se esfumaría y los dioses… ah, los dioses, qué gran mentira.
El conocimiento, el verdadero conocimiento pragmático y el conocimiento teórico que puede ser útil en un futuro, o que se aprende solo por satisfacción, estaba reservado a los sacerdotes. El resto de la población era privado del mismo. Si llovía, el pueblo súbdito había sido bueno y los dioses lo agradecían. Si no llovía, era el castigo por su desobediencia. Así funcionaban las cosas.
¿Funcionaban?
Ahora y siempre, hemos vivido en un mundo en que todos utilizan productos hechos a partir de conocimiento. Productos que, en la mayoría de casos, no te han dicho como están hechos ni tienes acceso a la información para saber como trabajan, para que dependas del favor de los dioses, ya que tu no podrás aprender como funcionan ni modificarlos. Ni hablar de ponerte tú a producirlos, chico, qué te has creído.
El movimiento del conocimiento libre, con el software libre a la cabeza, es la rebelión contra la casta de los sacerdotes postmodernos. Cuando un programador/sacerdote nos priva de conocer el código fuente de un programa, nos está exigiendo obediencia a su iglesia.
El software libre respeta cuatro libertades esenciales, las que habrían hecho temblar de terror a los sacerdotes mesopotámicos y que sin duda les vienen mal a algún que otro sacerdote contemporáneo. Son las siguientes:
- Libertad 0: La libertad de ejecutar el programa como se desea, con cualquier propósito.
- Libertad 1: La libertad de estudiar cómo funciona el programa, y cambiarlo para que haga lo que quieras. El acceso al código fuente es una condición necesaria para ello.
- Libertad 2: La libertad de redistribuir copias para ayudar a su prójimo.
- Libertad 3: La libertad de distribuir copias de sus versiones modificadas a terceros. Esto te permite ofrecer a toda la comunidad la oportunidad de beneficiarse de las modificaciones. El acceso al código fuente es una condición necesaria para ello.
Estas cuatro libertades aumentan nuestra autonomía, o al menos no nos la quitan, incluso a aquellos que no sean programadores. Como en las recetas de cocina o la primera cerveza, saber como están hechas las cosas nos libera del capricho de los que abusan del poder. Nos hacemos menos dóciles, más autónomos, más peligrosos. Con otras palabras, el conocimiento nos hace libres en sentido positivo, ya que la libertad que me da el conocimiento (al menos) no termina donde empieza la libertad que le da el conocimiento a otro, sino que se complementan y potencian. Además de que, en un mundo donde cada vez hay más máquinas digitales y organizamos nuestra vida entorno a ellas, sería una estupidez dejar su programación en manos exclusivas de especialistas.
Así pues ¿Qué es lo pretenden con ese constructo jurídico llamado patente que oculta el conocimiento en la oscuridad del templo? ¿Control social?
Rentas, quieren rentas y para eso son capaces de organizar no solo control, sino dar paso a una represión generalizada si les hiciera falta…
… como está ocurriendo con todo tipo de paquetes de leyes, desde las «antidescargas» al blinaje de patentes con el TTIP, acompañadas castigos que pretenden ser ejemplares.